En el Monte Sacro Simón Bolívar hace el juramento con el que nació como Libertador
Hoy,
15 de julio de 2011, se cumplen 206 años del día en que Simón Bolívar juró en Roma,
ante su maestro Simón Rodríguez, que nunca descansaría hasta liberar
a su patria
de la opresión
del Imperio español. Para ese momento acababa de cumplir 22 años, había
enviudado hacía casi tres y llevaba 18 meses en Europa.
El
joven caraqueño llegó a la capital de Italia acompañado de su amigo Fernando
Toro y de Rodríguez, por cuya iniciativa hicieron buena parte del viaje a pie
desde Milán, donde habían visto la coronación de Napoleón. La ruta que siguieron
cubrió Venecia, Ferrara, Bolonia y Florencia.
Fue
un viaje de exploración y estudio de la historia y de la realidad de una nación que
entonces estaba en el centro de complejos procesos políticos. La
discusión constante, las tertulias con gente de
diversa condición, la
visita a museos y bibliotecas
fueron reanimando en el joven caraqueño las inquietudes que su maestro ya había
despertado en él cuando todavía era un muchacho rebelde. De eso quedó constancia
en una carta del 19 de enero de 1824. Cuando ya se había convertido en
estadista:
“Ud. formó mi corazón para la libertad,
para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que
Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de
Europa. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las
lecciones que usted me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de
las grandes sentencias que usted me ha regalado”.
Lo
cierto es que cuando puso el pie en Roma, Bolívar ya parecía tener consciencia
de su lugar en la historia. Así lo deja ver la más famosa carta que le escribió
a su maestro en 1842, en la que le dice:
“¿Se acuerda Ud. cuando fuimos juntos
al Monte Sacro en Roma, a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la
patria? Ciertamente no habrá Ud. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros;
día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza
que no debíamos tener”.
Ese
juramento definió un camino que revolucionó una buena parte del mundo. Como dijo
el historiador Augusto Mijares, “en ese
momento podemos decir que nació el Libertador. Pues como lo escribiría posteriormente
don Simón Rodríguez, anticipándose a una observación de Niezstche muy parecida:
‘Los Bienhechores de la humanidad no nacen cuando empiezan a ver la luz, sino cuando
empiezan a alumbrar ellos”.
Palabras de un visionario
¿Conque
este es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y
de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las
grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. Octavio se disfraza
con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia de su carácter y
sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su protector
para reemplazar la tiranía de César con la suya propia; Antonio renuncia los
derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz; sin
proyectos de reforma, Sila degüella a sus compatriotas, y Tiberio, sombrío como
la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la concupiscencia y
la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas, por un Trajano cien
Calígulas y por un Vespasiano cien Claudios.
Este
pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas
corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas
insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas
virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la
extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad
definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada.
La
civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus fases, han
hecho ver todos sus elementos; mas en cuanto a resolver el gran problema del
hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despejo
de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.
¡Juro delante de usted; juro por el Dios
de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no
daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas
que nos oprimen por voluntad del poder español!
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